En Bali se ha intentado un consenso entre posiciones encontradas: la europea, de fijar compromisos de reducción muy ambiciosos, de entre el 25% y el 40% para el año 2020 respecto de los niveles de 1990; la negativa de EE UU y algunos otros países desarrollados a aceptar obligaciones cuantificadas; la resistencia de países con fuerte crecimiento económico, como China, India o Brasil a compartir esfuerzos con los que llevan más de un siglo contaminando la atmósfera y siguen haciéndolo hoy; y la necesidad de ayudar a los países más pobres a preservar una vegetación que rinde servicios medioambientales esenciales al conjunto del planeta y a incorporar tecnologías limpias que no dañen su desarrollo.
El resultado ha sido un acuerdo que no satisface los requerimientos de las propuestas más rigurosas, pero que contiene algunos elementos positivos.
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